¿Dirigirse a Dios como Padre y Madre?

Dr. Stefan Felber

Jesús enseñó a sus discípulos a dirigirse a Dios como Padre. Algunos teólogos consideran que es la expresión de una cosmovisión patriarcal anticuada y complementan el dirigirse a un Dios masculino con nombres femeninos en algunas versiones de la Biblia, en liturgias o sermones: “Tú, Dios, eres Padre y Madre para nosotros en el cielo”. Pero ¿está justificado dirigirse a Dios como Padre y Madre?

La manera como la oración del Padrenuestro se dirige a Dios se basa en la autorrevelación de Dios como Padre a su pueblo Israel, que es tratado como Su hijo (Éxodo 4:22; Deuteronomio 14:1; 32:6; Oseas 11:1). Sigue de este modo en los profetas y salmistas que llaman “Padre” a Dios (Isaías 63:16; 64:8; Jeremías 3:19; 31:9; Malaquías 1:6; 2:10; Salmos 68:5; 103:13). Y se continúa y despliega en la invocación del Padre por medio de su Hijo Jesucristo (por ejemplo, Juan 20:17) y en la oración de los hijos de Dios. Casi todas las epístolas del Nuevo Testamento comienzan con esta referencia, por ejemplo, en Romanos 1:7: “…Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”. Solo en el Nuevo Testamento, “Padre” se refiere a Dios unas 250 veces (con especial frecuencia en los escritos de Juan). 

Cuando Isaías 66:13 compara la misericordia divina con la misericordia de una madre, se trata de una comparación, no de una definición de Su esencia: Él puede tener misericordia como una madre, pero es Padre desde la Eternidad, primero de su único Hijo, y después de los muchos hijos e hijas de su pueblo. Engendra a través de la Palabra (la “simiente” de la fe; 1 Pedro 1:23). Y en lo que concierne a Isaías 66:13, el Señor consuela como lo hace una madre, pero aquí lo hace por medio de Jerusalén, pues dice: “en Jerusalén tomaréis consuelo”. Así, pues, creemos que lo que Dios hizo y hace por Israel, y también lo que hizo y hace por su Iglesia, que no será vencida por las puertas del infierno, constituye un gran consuelo para los creyentes. 

La revelación bíblica del PADRE contrasta irreconciliablemente con los antiguos mitos de la creación; estos a menudo atribuían la ­existencia de la Tierra a deidades femeninas. En su mayoría eran deidades de la naturaleza, representaciones simbólicas de los misteriosos poderes de la vida y la fertilidad de la tierra. El ciclo natural de las estaciones se consideraba divino y se representaba en rituales. En esta teología, caracterizada por la repetición de ciclos naturales, no surge ninguna historia de salvación ni tampoco un concepto de una meta histórica futura determinada por Dios. 

El concepto de una madre divina (que “da a luz” a la Tierra) está vinculado al de una Tierra venerada como un dios. Aquí se suprime la separación bíblicamente necesaria entre Creador y criatura, Dios y mundo, y se pierde el concepto de la alteridad del Señor, de su dimensión celestial y a la vez su misericordia hacia su creación. El concepto de la gracia gratuita del Señor, en el que se basa nuestra esperanza, queda así finalmente imposibilitado. Pero cuando adoramos a Dios como nuestro Padre, nos dirigimos al Creador que se inclina con misericordia hacia su creación. 

Todas las religiones semíticas de Oriente Medio tenían diosas, excepto Israel (también había un sacerdocio femenino en todas, excepto en Israel). Así lo demuestran además los nombres personales, compuestos por un nombre divino y una palabra para padre, madre, hermano o hermana. En hebreo hay muchos nombres que contienen “Padre”, pero ninguno con “Madre”: Abías (mi Padre es Yahvé), Joab (Yahvé es Padre), Eliab (Dios es Padre), Abiel (Padre es Dios), y muchos más. No aparecen nombres personales que digan, por ejemplo: “Mi madre/her­mana/reina es Yahvé”. De los 55 nombres hebreos compuestos que contienen el nombre de Dios Yahvé y un verbo, todos muestran la forma masculina del verbo (en hebreo, la conjugación del verbo varía según el género; N. del E.). 

El hecho de que Dios sea bíblicamente Padre y no Madre, asegura Su verdadera trascendencia y Su gracia. La vida humana lo ilustra: la relación con el padre es más espiritual, indirecta y hay que ganarla, mientras que la relación con la madre es más cercana y directa. 

El resultado es claro: no podemos ni debemos dirigirnos a Dios como madre. Toda la revelación del Señor en la Biblia se opone a ello. Quien a pesar de esto invoca a Dios como madre, crea su propio ídolo. Si una revisión del texto bíblico decidiera introducir todo tipo de nombres o títulos femeninos para el Señor (“la Eterna”, “la Labradora”, etc.), se perdería precisamente lo que tiene de especial la revelación bíblica, al igual que la mezcla única entre el amor que nos tiene el Padre y el respeto a Su autoridad, tal como Pablo unió tan perfectamente en Efesios 3:14-21. La alegría de decir “¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15; Gálatas 4:6) solo la conservaremos si dejamos el texto bíblico sin cambiarlo.

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